sábado, 20 de octubre de 2007

Seguridad vs inseguridad


Metódicamente va preparando todo aquello que hoy le hará falta, la ropa perfectamente planchada y estirada sobre la cama, la ducha preparada, la cuchilla de afeitar esperando para realizar su trabajo, la colonia, recién comprada, esperando el momento de su estreno...


Observa detenidamente todo, hasta el más mínimo detalle, no debe de quedar ante la improvisación, y rigurosamente, vuelve a repasar cada una de las prendas, cada uno de los detalles, cada una de las partes que compondrán su vestimenta y de su propia autoestima, para así mentalizarse de la situación...


Comienza, con tranquilidad, un ritual que ni está escrito, ni estudiado, sino nacido de alguna parte de su interior, firme en cada una de sus acciones, como si un etéreo director de escena fuera marcando cada uno de sus movimientos, para que, sin posibilidad de salirse de aquello que estaba previsto, se realice, como si fuera la más perfectas de las máquinas, el guión que está escrito para el momento.


Se desnuda y siente como el agua caliente recorre, formando ríos, todo su cuerpo. No es una sensación nueva, sino cotidiana, pero hoy tiene la sensación de que, sin embargo hay matices diferentes, no es como siempre, el agua caliente a ratos parece ser más ardiente, aunque no llega a quemar; la esponja, esta vez, no sólo enjabona su cuerpo, sino que también lo está acariciando, despertando cada poro de su piel, dormidos durante tanto tiempo, mientras el agua sigue jugueteando con cada rincón de su cuerpo; el sonido del agua al caer no es un chapoteo contínuo, sino que parece que dibuja notas con cada gota, intentado hacer sonar una melodía que no acaba de descifrar. Una simple ducha, tan cotidiana en su vida, hoy se ha convertido en una experiencia totalmente alejada de la cotidianidad.


El frío golpea su cuerpo cuando sale de la ducha, un sinuoso vapor juguetea por el aire, dejándose ver más claramente a la luz de los halógenos del techo, dejando marcas en los espejos. Suavemente, como quien acaricia la cara de un niño, quita con sus manos el vapor acumulado en el espejo, aun sabiendo que es inútil, y que en breve el vapor, volverá a colonizar aquella parte del espejo que se limpió, empieza a afeitarse. Suavemente va recorriendo su cara con la cuchilla, evitando cortarse, ni tampoco rasurar más barba de la que realmente quiere. Otra sensación cotidiana, se empieza a volver extraordinaria, la cuchilla, eléctrica, va empezando a juguetar con la música, ese sonido constante del motor de la maquinilla, empieza a dibujar las mismas notas que anteriormente estaba escuchando mientras el agua caía en la ducha. Sigue sin descrifar la canción, pero siente, como las cuchillas van pasando suavemente y firmemente por su cara, movimientos claros, firmes, seguros, pero tan suaves que parece como si unos dedos fueran acariciando cada centímetro de su cara para evitar que se irrite por el paso abrasivo de la maquinilla de afeitar...


Enjuaga su cara con agua, repasa visualmente el afeitado, dándole el visto bueno, por lo que recoge la toalla y empieza a secar su cuerpo, pero esta vez parece que es la toalla quien le abraza y le acaricia. Es consciente de que son sus manos las que mueven la toalla, pero no había sido consciente del mimo y el cuidado con el que, aquellas partes de la toalla que no controlan sus manos, rozan su cuerpo, lo acaricia y se entrelaza en un firme pero placentero abrazo, para transmitirle calor y a su vez, secar su cuerpo...


Ya se encuentra frente a su cama, mirando atentamente a la ropa, y tras un breve y rápido secado, empieza a vestirse, hoy la ropa, quizás agradecida por el tiempo empleado en cuidarla, se muestra suave, encajando perfectamente en aquellas partes del cuerpo para las que fueron cosidas, haciendo sentir a quien las porta, la sensación de comodidad con aquello que llevas puesto. Inmediatamente después, toma la colonia, y mediante pocas y estudiadas pulverizaciones, intenta perfumar y dar un toque personal a su ropa y al aire que le rodea. Aspira profundamente para recoger ese olor, y con un gesto de conformidad y satisfacción , se queda un instante con los ojos cerrados...


Todo está tal y como había pensado, se mira al espejo, no por vanidad, sino para comprobar que los detalles están como quiere que estén. Y de repente, recuerda las sensaciones de la ducha, del momento del afeitado, el abrazo suave de la toalla, el roce de la ropa sobre su cuerpo, el olor de la colonia... De repente se da cuenta de que esas sensaciones son fruto de algo, que antes era inconsciente, y ahora se ha vuelto muy consciente... Nervios a flor de piel que sensibilizan cada poro y cada músculo de su cuerpo, haciendo que reaccionen ante cualquier factor externo, nervios que provocan las sensaciones imaginadas, olvidadas y añoradas de otro tiempo, nervios por darse cuenta de que probablemente, con una sóla mirada, todo su preparado ritual caerá como si de un castillo de naipes se tratara. Nervios y más nervios...


Se mira al espejo, todo sigue igual, nada ha cambiado, perfectamente peinado, perfectamente afeitado, impecablemente vestido y perfumado, cada detalle había sido previsto para dar una aparente seguridad, pero ahora, viendo su reflejo, consciente de sus nervios, los detalles quedan sólo en eso, detalles, más o menos importantes a los ojos de quien pueda observarlos, pero lo verdaderamente importante, lo que va detrás de esos detalles, se ha convertido en un puro manojo de nervios, que se había intentado ocultar tras una pequeño muro de detalles y apariencias para disimular la inseguridad que le crean ciertas situaciones.


Caido el muro, desdeñando los detalles, respiró profundo y se convenció de que el mejor detalle es ser siempre uno mismo. Cogió las llaves de casa y las del coche, y con un paso firme y decidido salió a la calle, y al pasar por un cristal de un escaparate se vio reflejado. Paró en seco, y se quedó mirando, no miraba lo que exponían en la tienda, ni si quiera sería capaz de recordar qué es lo que vendían, se quedó mirando su reflejo, viendo que ahora los detalles que tanto había cuidado para camuflar su inseguridad, se habían convertido en una parte de un todo que reflejaba su verdadera personalidad y su forma de ser, y que gustara o no a los demás, sólo dependía de los gustos de otras personas, pero para él, se habían convertido en sólo una parte del reflejo de si mismo. Volvió a empezar a andar, su paso volvió a ser firme y decidido, pero ahora también eran los pasos de alguien convencido de si mismo.


Al menos hoy será así, mañana ya se verá...

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